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Descubre nuestro enfoque para tratar la depresión en Murcia. En PsicoClínica Murcia diferenciamos el tratamiento en función del tipo de depresión del paciente y su grado.
La depresión es una enfermedad frecuente (5-6% de la población general) de causa emocional o afectiva, que se caracteriza por síntomas psíquicos (tristeza, desmoralización, llanto, pérdida de la autoestima) y físicos (pérdida del apetito y peso, cansancio, dolores, trastornos del sueño), aunque el fenómeno más representativo es la tristeza.
Para aplicar un terapia correcta hay que diagnosticarla con precisión, puesto que puede asemejarse a un fenómeno normal de la vida o a otra enfermedad. No todas las depresiones son iguales ni tienen las mismas causas. Algunas se deben a un problema constitucional-hereditario de naturaleza física (depresión endógena) y otras tienen como causa problemas ambientales o personales (depresión psicógena, neurótica o psicológica). También existen diferentes grados de depresión, desde la depresión mayor, la depresión resistente o distimia.
En PsicoClínica Murcia diferenciamos el tratamiento en función del tipo de depresión del paciente y su grado. Para la depresión endógena es más bien farmacológico y eventualmente acompañada de psicoterapia cognitvo-conductual. Para la depresión neurótica es teratia psicológica, normalmente psicoterapia de orientación cognitvo-conductualo. En todos los casos la depresión debe tratarse con prontitud para evitar la cronificación (20% de pacientes).
La depresión reactiva suele tener un buen pronóstico si no se sobreañaden otros factores. Finalmente, la depresión neurótica o distimia tiende a cronificarse, ya que existe una personalidad neurótica de base que dificulta un buen pronóstico.
El curso y el pronóstico dependen del tipo de depresión. En las depresiones de causa orgánica, el pronóstico es en general bueno una vez resuelto el problema físico de base, excepto si éste es una demencia.
La prevalencia de la depresión en la población general se sitúa en torno al 5% y la prevalencia-vida, es decir, la posibilidad de que un sujeto padezca una depresión a lo largo de su vida, sobre un promedio de 70 años, es del 15-20%. Sólo un 10% de estos casos llega al psiquiatra, y el resto de afectados acuden al médico general, a otros especialistas o no van a visitarse, todo lo cual revitaliza la importancia de la formación de los médicos no psiquiatras para detectar y tratar la depresión.
No hay que confundir los síntomas aislados que se pueden constatar en múltiples situaciones de la vida con la depresión como enfermedad, que requiere un tratamiento. Esta confusión ha dado lugar a la banalización de la depresión en el mundo actual, que ha admitido el término "estoy depre" como una forma habitual de expresión para referirse a un estado de ánimo bajo que no corresponde a lo que los profesionales entendemos como depresión. Estar desmoralizado, desinteresado, cansado, inapetente, etc. pueden ser síntomas de una depresión, pero no ineludiblemente, ya que pueden corresponder también a vivencias pasajeras y no patológicas del ser humano. En el caso de la depresión se requiere un tratamiento, pero cuando tales fenómenos son únicamente síntomas aislados no empleamos técnicamente el término depresión y, por supuesto, no se requiere tratamiento médico. El problema emerge porque algunos síntomas presentes en la depresión también pueden aparecer en diferentes estados de la vida ordinaria que no son estrictamente patológicos.
En los trastornos por depresión unipolar endógena, el inicio es más tardío que en los trastornos por depresión bipolares, hacia los 40 años, y la duración de los episodios se estima en alrededor de 5 meses, si bien en los casos atípicos, con trastornos de la personalidad o enfermedades físicas concomitantes, la duración es más prolongada. La tendencia a las recurrencias es muy elevada (70% tras el primer episodio y casi el 100% tras el tercero). Aunque estos episodios suelen responder totalmente a un tratamiento biológico correcto, el 20% se recupera de forma incompleta al cabo de 1 año. No es raro que los primeros episodios se recuperen totalmente, pero que a medida que se inicia la vejez la respuesta sea menos brillante y más dificultosa. El bajo nivel intelectual, los rasgos de neuroticismo, la hipocondría, la paranoia y la presencia de enfermedades físicas empañan el pronóstico de la depresión.
Los factores causales biológicos (genética, neuroquímica, neuroendocrinología, etc.) se relacionan con las depresiones endógenas, mientras que los de índole psicosocial (trastornos de la personalidad, acontecimientos negativos de la vida, escaso soporte social) se asocian con las depresiones psicógenas no endógenas.
En las depresiones melancólicas, el trastorno se centra en las zonas subcorticales hipotálamo-hipofisarias. Se desconoce si existen diferentes tipos biológicos de depresión o, por el contrario, hay un trastorno único y nuclear que provoca en cascada todas las anomalías biológicas detectadas.
Entre las depresiones psicógenas se han implicado factores todavía inciertos, como la pérdida de los padres en la infancia, lo cual sensibilizaría al niño para padecer depresiones en la edad adulta. Lo que sí está demostrado es la presencia de acontecimientos negativos, en especial pérdidas afectivas (fallecimientos, separaciones, divorcios, cambios de vivienda, etc.) en los meses previos al inicio de un cuadro depresivo no endógeno y en los primeros episodios endógenos. También el escaso soporte social y de pareja se considera un factor causal importante.
Las manifestaciones clínicas de la depresión pueden estructurarse en cincos grandes áreas: afectividad, pensamiento-cognición, conducta, ritmos biológicos y síntomas somáticos. Las detallamos:
El síntoma más típico y característico de la depresión es la tristeza, máxima expresión humana de la claudicación psicofísica. En el caso de las depresiones melancólicas, ésta se instaura rápidamente, a veces de un día para otro, y puede desaparecer con rapidez, pero en las depresiones psicógenas la tristeza suele emerger progresivamente, en la medida en que el sujeto sufre un fracaso existencial y personal progresivo. Otro síntoma afectivo típico es la anhedonía, o incapacidad de buscar y experimentar placer. En las depresiones melancólicas la anhedonía es total, pues el enfermo no sólo es incapaz de buscar placer, sino que no puede experimentarlo aunque se encuentre en situación agradable y placentera. Por el contrario, en las depresiones psicógenas la anhedonía es parcial, pues el paciente no tiene interés en la búsqueda de placer, pero puede experimentarlo si se encuentra en una situación estimulante y placentera.
Con cierta frecuencia, sobre todo en caso de depresiones leves, el sujeto experimenta apatía e indiferencia más que tristeza, como sentimientos que reflejan el bajo tono vital. En estos casos la depresión puede pasar desapercibida, bajo el paraguas de lo que se denominan depresiones subclínicas, que por su escasa aparatosidad pueden cronificarse, pues ni el propio sujeto las considera morbosas. No infrecuente e inespecífica es la ansiedad que puede acompañar a un gran número de depresiones, de forma que pueden producirse dudas de diagnóstico diferencial con los trastornos de ansiedad. Más raramente se produce el fenómeno opuesto, que es la anestesia afectiva (15%), en la que el paciente se queja de que no siente ni experimenta emociones y nota frialdad emocional.
El pensamiento del individuo depresivo es siempre negativo y monotemático. No admite ningún pensamiento positivo porque en la raíz de la depresión está inscrito lo más sórdido y nefasto de la existencia humana. Valoración negativa y culpable del pasado, un presente anodino y sombrío y un futuro sin solución cargado de penumbra son la ponderación sin salvación que el paciente hace de su vida. Por eso las ideas de suicidio son frecuentes, como fruto de ese pensamiento tan negativo. Además, el contenido del pensamiento se estrecha y queda reducido a muy pocos temas, todos de cariz negativo. No es raro tampoco, sobre todo en las depresiones melancólicas graves, que el pensamiento esté enlentecido, como si el paciente tuviera dificultades en pensar y la elaboración mental fuera dificultosa y ardua, por lo que el habla es también lenta. Consecuencia de esta situación mental es la pérdida de la autoestima y los déficit de concentración y atención, lógicos si pensamos que el depresivo tiene una cognición perturbada y bajo rendimiento mental. En casos extremos, como en las graves depresiones melancólicas, pueden aparecer delirios, que hacen referencia a la destrucción moral (delirio de culpa), a la destrucción material (delirio de ruina) y a la destrucción física (delirio hipocondríaco). Como en todo delirio, la convicción del paciente respecto a la veracidad de su pensamiento es total e irreducible con el razonamiento y explicaciones lógicas. Sólo un tratamiento biológico correcto puede sacar al paciente de su error.
El individuo depresivo muestra un abandono personal. En los casos medios y graves se puede observar una hipotonía general, ya que la musculatura está flácida, los miembros caídos y la comisura labial con el clásico rictus melancólico. En casos especialmente graves melancólicos se observa una clara inhibición psicomotora y mucho más raramente agitación. El aislamiento y el rechazo de la relación interpersonal son también consecuencia del tono vital del paciente, que rehúye todo contacto social. En algunos casos aflora el llanto que, a diferencia del que se produce por ansiedad, que tranquiliza, no ayuda al paciente, pues proviene de un profundo sentimiento de tristeza. El riesgo más grave de la conducta depresiva es el suicidio consumado, que cometen un 10-15% de los sujetos melancólicos.
Hay determinados síntomas que, si bien no son frecuentes cuando aparecen, son patognomónicos (típicos y específicos) de la depresión melancólica. En concreto, nos referimos al inicio o empeoramiento del cuadro en primavera y/u otoño, la mejoría vespertina y el despertar precoz. No aparecen los tres síntomas en todos los pacientes melancólicos, pero cuando se detecta alguno hay que darle la importancia diagnóstica debida. Por otra parte, puede ocurrir que un paciente explique una mejoría vespertina clara en los primeros momentos del cuadro, pero ésta desaparece si el trastorno se agrava y cronifica. Asimismo, en algunas depresiones muy graves, con delirios, pueden difuminarse la mejoría vespertina y el despertar precoz, porque el cuadro está totalmente desorganizado y no se mantienen siquiera esos trastornos cronobiológicos.
Los síntomas físicos son tan frecuentes en la depresión, que en un 50% de los casos son los más relevantes. Pérdida de apetito y de peso, trastornos digestivos, estreñimiento, dolores, cansancio, trastornos del sueño, disfunciones sexuales (frigidez, impotencia, anorgasmia) son algunos de los más frecuentes. Ocasionalmente, el paciente da más importancia a estos síntomas que a los de tipo psíquico que hemos descrito, porque subyace en él el temor a padecer una enfermedad médica grave.
Obviamente, no todos los síntomas tienen el mismo peso específico para el diagnóstico de la depresión y el tipo de ésta o para establecer un diagnóstico diferencial correcto. Las cefaleas, el estreñimiento o el cansancio son inespecíficos, pero la tristeza profunda, la anhedonía o los trastornos de los ritmos cronobiológicos son síntomas cardinales que orientan el diagnóstico.
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Dr. Francisco Toledo Romero
Psiquiatra y Director de Psicoclínica Murcia
Num. col. 3004323
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